Desencuentro




Cuando se detuvo frente a la puerta de la casa, Miguel supo que había llegado tarde. Entró en el cuarto donde la velaban. Flores, las flores que le agradaban tanto, la cubrían. Tratando de contener la angustia se aproximó a ella; el rostro sereno demostraba que su belleza no se había rendido.
Algunos rezaban en silencio, y otros, con lentitud, iban de aquí para allá hablando bajo como si temieran despertarla. Le produjo alivio que nadie reparase en él, y esto lo animó a permanecer en el lugar. Los sucesos del pasado fueron  descolgando recuerdos  a medida que transcurrían los minutos.
 Grande había sido su equivocación, y ahora que, abatido por el remordimiento,  estaba allí para pedir perdón, ella, como si hubiera querido negarse a escucharlo,  había partido.
Una voz distrajo sus pensamientos:
—¿Conocía  a mi madre?
—Sí —dijo Miguel algo turbado.
—Mi nombre es Sebastián, perdón... pero no lo recuerdo a  usted.
—Fuimos compañeros de facultad, nos frecuentamos un tiempo, después  no volví a saber de ella.
—Entonces habrá conocido a mi padre, ellos estudiaron y se recibieron juntos,  yo nací cinco años más tarde.
—Sí, claro, fuimos amigos. —dijo Miguel incómodo y con voz entrecortada
—Lamentablemente mi padre falleció meses después de mi nacimiento.
Miguel abrazó al joven.  Un profundo dolor  selló sus labios; le faltaron fuerzas para decirle a Sebastián que su padre no había muerto.

Rosalía Guzmán


Cuento tomado de su libro "De Lógica y Absurdos"