Sucedió en un pueblo de casas bajas apiñadas en derredor del puerto, un pueblo del que muy pocos recuerdan el nombre
Habían partido a realizar la dura tarea cotidiana de adentrarse en las aguas profundas del mar para arrancar la vida que pulula bajo ellas. Debían regresar al amanecer, pero no volvieron, los familiares quedaron en la orilla esperando en vano.
Esa noche no hubo tormenta, ni siquiera una nube que ocultara el brillo de las estrellas. Y una luna llena, soberbia, iluminó la estela de espuma blanca que las naves dibujaron mientras se alejaban.
Pasaron los días, se abandonó la búsqueda. Las familias del lugar lloraban a sus hijos, padres, esposos y hermanos que el mar les arrebatara.
Luego de cuatro semanas, mientras caía una lluvia pesada, los vieron descender de las barcas, vestían las mismas ropas con las que partieran.
Nunca lograron contar qué sucedió durante ese tiempo, para ellos, una noche de la que sólo recordaban el reflejo de la luna en las negras y calmas aguas de ese mar planchado al que no podían dejar de mirar.